viernes, 28 de septiembre de 2012

¡¡¡EXCLUSIVA!!! Los dos primeros capítulos de CHARLIE MARLOW Y LA RATA GIGANTE DE SUMATRA.

Pinchad en el enlace y los podréis bajar en una bonita edición digital.
O bien, leedlos online.
(A mí me gusta más el pdf...)







Charlie Marlow
y la rata gigante de Sumatra



por Alberto López Aroca











 
Whiskey con soda



—Al menos por lo que a mí respecta, el viejo Charlie Marlow está muerto —dijo Joseph Jorkens. Apoyó el taco en el borde de la mesa, se limpió las manos de tiza y se dirigió a un sillón junto al fuego.
El caballero que estaba con él y que lo siguió al calor del hogar me resultaba completamente desconocido: se trataba de un hombre alto, de unos cincuenta o sesenta años, que lucía un bigotito blanco y miraba a su alrededor con una irónica sonrisa de autosuficiencia. No era uno de los habituales del club, como Terbut o yo mismo, pero allí no desentonaba en absoluto.
Yo acababa de llegar, y me sorprendió mucho ver a Jorkens jugando al billar, una actividad francamente insólita en el Billiards Club de Londres, si hemos de atenernos a la verdad.
Me acerqué a la chimenea, donde Jorkens y su compañero se habían acomodado y pedido al camarero sendos vasos de whiskey con soda, y me invitaron a tomar asiento con ellos.
—Veo que no conoce a mi amigo Dick Hannay —dijo Jorkens, y el aludido me estrechó la mano—. Dick trabaja para los militares y ha viajado casi tanto como yo, ¿verdad, Dick?
Hannay asintió con una sonrisa. Lo cierto es que por su aspecto, disimulaba muy bien cualquier tipo de porte o aire marcial; más bien parecía un hombre acaudalado y, probablemente, indisciplinado.
Estaba hablando con Jorkens de un conocido común, el capitán Charles Marlow —explicó Hannay.
—No creo haberlo visto nunca por aquí —dije yo, pues el nombre no me resultó familiar.
—Ni tú ni nadie en más de veinte años, al menos —dijo Jorkens—. Como Dick, Marlow trabajó durante casi toda su vida para los servicios secretos británicos como agente especial. Era un hombre de Diógenes.
—¿Diógenes?
Jorkens y Hannay intercambiaron miradas.
—El Club Diógenes era un lugar muy extraño —dijo Hannay—, un exclusivo club situado en Pall Mall, junto al resto de clubes importantes, concebido para los que no quieren pertenecer a ningún club.
—¡Qué excentricidad!
—En efecto —prosiguió Hannay—. Los miembros del Diógenes tenían prohibido el contacto humano con el resto de sus colegas; su lema era “Ignora al prójimo”, o algo así.
—Increíble —dije yo.
—Sin embargo —intervino Jorkens—, el Diógenes era algo más que un lugar donde reunir a los misántropos de la ciudad, pues albergaba a un individuo bastante excepcional, un caballero llamado Mycroft Holmes. Tenía un hermano bastante famoso, un detective, ¿sabe usted?
—¡Oh! —exclamé, pues imaginé de inmediato a quién se refería.
—Por su parte, el señor Mycroft Holmes era funcionario del Gobierno de Su Majestad, un hombre sin un cargo oficial, pero que servía como enlace entre diversos ministerios y organismos del Estado. Era a él a quien se recurría para consultar problemas extremadamente complicados, problemas en los que intervenían los más diversos factores: se puede decir que la especialidad de Mycroft Holmes era la omnisciencia. Charlie Marlow, de quien estábamos hablando, trabajaba para él... pero no es algo que Charlie admitiera fácilmente.
—Como a Jorkens, al capitán Marlow le encantaba contar cuentos —dijo Hannay—. Parece que es una enfermedad común de los marinos, y en general, de los viajeros como nosotros. Recuerdo que en una ocasión, hace mucho tiempo, cuando yo era prospector de minas en Sudáfrica, me relató una espeluznante historia acerca de un viaje que realizó por el Río Congo en busca de un agente comercial belga, un tal Kurtz...
—Esa es vieja —le interrumpió Jorkens—. Conozco una que será más del gusto de mi amigo aquí presente, pues le tiene afición a los relatos de los que otros se ríen. Probablemente ni siquiera tú se la hayas escuchado nunca a Charlie, Dick. ¿Has oído hablar alguna vez de la rata gigante de Sumatra?
Hannay se arrellanó en el sillón, un poco molesto, y bebió un trago de su vaso.
—Es posible —dijo, y se le escapó un marcadísimo acento escocés que hasta el momento sólo se había podido intuir—. Quizá no a Marlow... En fin, Jorkens, cuenta tu historia. Pero que conste: no pienso creer una sola palabra.
—Tratándose del viejo Charlie, es razonable que puedas tener tus dudas. Yo mismo no sé muy bien qué pensar al respecto...


 




El señor Sigerson, supongo



Fue en el verano de 1893, y según me contó Charlie Marlow, por aquel entonces él era capitán de un vapor volandero holandés que realizaba la ruta mercante hasta el Índico. Su barco era el Friesland, y pertenecía a la compañía Holanda-Sumatra —la que un año después sería Holanda-América—, propiedad de un discutible aristócrata, un tal barón Maupertuis, que había causado ciertos problemas a Inglaterra.
El capitán Marlow realizaba con absoluta normalidad su labor como responsable de un navío comercial, aunque lo cierto es que utilizaba los viajes a las Indias orientales para realizar encargos del Club Diógenes.
En el mes de julio, cuando al Friesland sólo le restaba atracar en el puerto de Padang para recoger y entregar las mercancías habituales y regresar a Holanda, Charlie recibió un mensaje de Mycroft Holmes donde le ordenaba desviarse de la ruta y, en su lugar, dirigirse hasta Calcuta para recibir allí a un noruego.
Aquel cambio de planes no suponía ningún problema, pues Charlie sabía que contaba con la connivencia de su patrón nominal, el ya mencionado barón Maupertuis, cuya posición social, económica y política había quedado un tanto debilitada unos años atrás, cuando lanzó al gobierno británico una oferta de compra difícil de rechazar sobre la propiedad de una isla cercana a las colonias holandesas. Para llevar a cabo sus colosales planes, Maupertuis chantajeó a algunos de los más altos cargos del estado, pero según Marlow, Mycroft Holmes tomó cartas en el asunto, movió ficha, y alguien se encargó de devolver la jugada al barón con la misma moneda... Así, el flemático holandés se convirtió en un pelele más de nuestra nación y de los designios de Diógenes.
Cuando el Friesland llegó al puerto de Calcuta, a cosa de mediodía, Charlie se encontró en el muelle con dos individuos que estaban aguardando su llegada: un sacerdote hindú y un jorobado tuerto y de rostro desfigurado, que debía de ser el criado del religioso, y al que el capitán Marlow no tardó en reconocer como un hombre muerto seis o siete años atrás. Charlie me contó que “Peachey” Taliaferro Carnehan —pues ese era el nombre del jorobado— y su amigo Daniel Dravot anduvieron mucho tiempo por la India trampeando entre los maleantes como un buen dúo de ganapanes, ejerciendo como ilustres chantajistas, y sin duda, trabajando a jornada parcial para Inglaterra en calidad de oficiales del Ejército de la Reina, o más seguramente, desempeñando labores soterradas de “acoso y derribo” a cuenta de Whitehall. Marlow pensaba que Carnehan había muerto tras un viaje que había realizado con Dravot a una región en la frontera afgana que aparece en algunos mapas con el nombre de Kafiristán. O al menos, esa era la noticia que había difundido cierto periodista del diario Northern Star llamado Kipling... Nuestro amigo, el capitán, solía decirme que había días en que sospechaba que cualquier inglés que hubiera pasado por la India, lo había hecho como agente del club Diógenes. Su parte de razón tenía, el viejo Charlie.
De hecho, a primera vista, Marlow pensó que el sacerdote —un hombre alto y de tez muy oscura, que lucía una de esas “barbas sagradas” que tanto se ven en la India— debía de ser Daniel Dravot, quien había llegado a proclamarse rey de Kafiristán y sucesor de Alejandro Magno, y que había muerto crucificado por sus súbditos. Pero al verlo de cerca, se dio cuenta de que no se trataba de Dravot, sino de otro europeo disfrazado.
—El señor Sigerson, supongo —lo saludó Charlie extendiendo la mano, pero el sacerdote se limitó a hacer una leve reverencia—. Y que el diablo me lleve si tú no eres el difunto Peachey Carnehan...
El jorobado, que tenía la cabeza hundida entre los hombros y un ojo de menos, sonrió con la mitad del rostro y contestó en perfecto inglés:
—Difícilmente podría ser este humilde y contrahecho esclavo de los dioses el apuesto Peachey Carnehan, capitán Marlow. Peachey era un oficial inglés que desayunaba con los rajás, comía con los bandidos y cenaba con las prostitutas… Peachey era un hombre que habría podido poner de rodillas a la India entera, y que fue el más íntimo amigo de un rey. ¿Cómo podría yo ser ese tal Peachey Carnehan, capitán?
Charlie los invitó a subir al barco para que se asearan un poco si lo deseaban, pues el noruego olía a bosta de vaca sagrada, al igual que el jorobado. Mientras Sigerson realizaba sus abluciones, Marlow se reunió con Peachey en su camarote. Unos cuantos tragos de whisky escocés fueron suficientes para soltarle la lengua al maloliente jorobado:
—Parece un buen elemento, este Sigerson —le explicó Carnehan entre trago y trago—. Lo recogí en Kalimpong, al sur de Lhasa, casi a orillas del Brahmaputra, donde lo encontré vestido de alpinista, ¿qué te parece, capitán? No tuvo ningún problema para disfrazarse de sacerdote, y hemos llegado a Calcuta sin mayores contratiempos. Me ha recordado a la época en que andaba por ahí con Dan…
—¿Pero es realmente de Noruega?
Carnehan miró a Charlie con su único ojo, sacó la lengua y eructó.
—Él asegura que sí, que es explorador. Lo he visto en algunos periódicos, ¿sabes, capitán? Ha pasado un tiempo en Tibet y Nepal, e incluso parecía muy interesado en visitar Kafiristán —dijo Peachy, y soltó una furiosa carcajada, como si aquello fuera lo más gracioso del mundo—. Pero no, capitán: Sigerson es más falso que las palabras de amor de una damisela de Poplar. Un inglés, si en mi vida he visto uno.
—De acuerdo, Peachey, y eso lo sabes porque tienes un ojo de lince al menos, ¿verdad?
—Eres muy gracioso, capitán, je, je... No, por desgracia mi vista no es lo que era… Lo que sucede es que en Katmandú oí rumores de que alguien andaba a la zaga de Sigerson, y da la casualidad de que si el perseguidor es quien yo creo que es, nuestro notable explorador noruego bien puede darse por muerto. Se decía que el individuo en cuestión pagaba muy bien por cualquier información referente a un inglés que andaba triscando por el Himalaya… No hay que ser muy listo para sumar dos y dos, capitán.
—¿Y quién es el que lo busca, Peachy? —preguntó Marlow mientras le rellenaba el vaso.
—Me temo que esa información no es de su incumbencia, capitán Marlow —los interrumpió Sigerson, que apareció por la puerta del camarote, ataviado con un traje gris completamente europeo. Se había afeitado la enorme barba estilo sij con la que había aparecido en el muelle, y Charlie se dio cuenta de que sin el disfraz de sacerdote parecía incluso más alto: era un individuo muy delgado, cuyo rostro presentaba unos rasgos muy marcados (tenía la nariz afilada y unos penetrantes ojos grises), y su piel estaba curtida por el sol de oriente. Sin duda, Sigerson podía ser un farsante, pero había pasado mucho tiempo a la intemperie.
Marlow lo invitó a sentarse a la mesa con ellos y le sirvió un trago, que Sigerson rechazó con un gesto. En su lugar, sacó del bolsillo una pipa de cerezo y la cargó con un tabaco que, como el viejo Charlie comprobó a los pocos instantes, era de una clase tan fuerte y maloliente que habría asqueado incluso al más duro de los piratas de Borneo.
—El señor Carnehan, aquí presente, ha cumplido a las mil maravillas con su misión de guía —dijo Sigerson—, cosa que es de agradecer. Ha demostrado ser un gran observador del género humano y me ha prestado un servicio inestimable, además de una interesante e instructiva compañía. Por eso lamento tanto que a partir de este momento vaya a abandonarnos para que podamos tratar nuestros asuntos.
Y dicho esto, se puso en pie, le tendió la mano al jorobado y le indicó la salida. Peachey los miró a los dos de hito en hito, y a continuación salió por la puerta. Marlow me aseguró que Carnehan estaba refunfuñando para sí mismo algo así como “la caza del tigre será la caza del inglés estirado, Dan, vaya si no...”
Cuando estuvieron solos, Charlie explicó a Sigerson que había recibido órdenes de recogerlo y poner el Friesland a su total disposición.
—De modo que usted dirá cuáles son las instrucciones, señor.
—Veamos, capitán, ¿qué le dice a usted esto? —dijo, y le tendió a Marlow un papel.
Se trataba de la copia de una nota enviada al Foreign Office por el bufete de abogados Morrison, Morrison & Dodd, especialistas en tasación de maquinaria. En el texto se pedía la colaboración del gobierno en la búsqueda del Matilda Briggs, un barco propiedad de unos clientes del bufete y que había desaparecido en aguas cercanas a Sumatra, concretamente al suroeste, en algún lugar entre los 0 y los 10 grados de latitud.
Charlie lo leyó un par de veces y respondió:
—Que el Matilda Briggs no existe. Al menos, no con ese nombre. Y que Morrison, Morrison & Dodd, como usted y como yo, deben tener algún vínculo con el Club Diógenes.
—Explíquese, por favor.
—“Matilda Briggs” es un pseudónimo que, en mi opinión, deja mucho que desear: los marinos somos muy aficionados a contar historias, reales o inventadas, y en mi gremio todos conocemos la desgraciada, y en verdad misteriosa, historia del Mary Celeste (¿o es Marie Celeste?), que hace unos veinte años apareció cerca de las Islas Azores sin tripulación, las mesas preparadas para comer, y sin señales de violencia. Como le digo, los marinos conocemos esa historia al dedillo: Sabemos quién era el capitán Briggs, que desapareció del barco junto con todos sus hombres, y también sabemos que su hija se llamaba Sophia Matilda Briggs.
—¿Y esos abogados?
—Bueno, la desaparición de ese barco debe de tener importancia para la seguridad nacional; en caso contrario, no habría llamado la atención del señor Mycroft Holmes y nosotros no estaríamos ahora aquí. Un barco tan importante no estaría en manos de un simple bufete londinense, de modo que debe ser algún tipo de tapadera de Diógenes.
—¡Bravo, Marlow! Ha realizado usted un análisis de lo más imaginativo; sin duda podría abandonar su carrera como capitán e ingresar en Scotland Yard. Estoy seguro de que le recibirían con los brazos abiertos, amigo mío.
A Charlie nunca le han molestado los halagos, y aquella no fue una excepción, claro...
—En realidad ha sido sencillo, Sigerson. La información está aquí mismo, en este papel...
—Salvo por el sutil detalle de que está usted completamente equivocado —dijo Sigerson.
—¡Cómo!
—Muy por el contrario, capitán, sí existe un barco llamado Matilda Briggs. Por supuesto, su dueño lo bautizó, con toda intención, con el nombre de la hija del desaparecido responsable del Mary (que no Marie) Celeste. Y Morrison, Morrison & Dodd, del 46 de Old Jewery en Londres, no tiene vínculo alguno con el Club Diógenes.
—¿Entonces? —preguntó Marlow, un tanto enfadado.
—No se moleste, capitán, pues yo mismo podría haber llegado a sus erróneas conclusiones... de haber intentado especular, cosa que considero un hábito muy pernicioso. Por suerte, dispongo de información adicional que recogí esta misma mañana en la Oficina de Correos y Telégrafos de Calcuta, con el mensaje que le he mostrado, y órdenes de embarcar inmediatamente con usted: Mycroft se ha interesado en el asunto precisamente porque el dueño del barco es un miembro fundador de su club, un caballero que trabaja por libre, pero cuyas simpatías están del lado de nuestro país. La importancia del asunto estriba en el cargamento del Matilda Briggs, que regresaba a Inglaterra desde Sumatra.
—Espere un momento —lo interrumpió Charlie—, ¿el señor Holmes había previsto que usted estaría hoy en Calcuta? ¿Y ha viajado usted a pie desde Kalimpong?
Sigerson esbozó una sonrisa no exenta de ironía.
—Sí, Mycroft ha seguido con mucha atención mis “exploraciones”. No debería sorprenderle a usted que mi... bueno, que el señor Holmes sea capaz de calcular dónde iba a estar yo el día de hoy. De hecho, me había dirigido a la oficina postal para enviar a Pall Mall un informe y aviso de mis próximos movimientos, y allí me esperaba el paquete con las órdenes que acababan de llegar de Londres.
—Comprendo —respondió Marlow, que no dejaba de asombrarse de la precisión matemática de Mycroft Holmes—. Entonces, ¿quién es el dueño de ese barco y qué diablos es ese cargamento tan trascendente?
—Me temo, capitán, que por ahora no es necesario que conozca usted esos detalles, y si tenemos suerte, jamás tendrá que saberlos. Disponga usted el Friesland para que se dirija a la zona que le he indicado, y le sugiero que no informe a ningún miembro de su tripulación del motivo de este cambio de rumbo. Mienta si lo cree necesario.
—Pero mi segundo de a bordo...
—No haga excepciones, capitán. Me gustaría que mi presencia a bordo de este barco pasara desapercibida, al menos hasta que zarpemos. Si me indica un camarote en el que pueda instalarme, capitán, no le molestaré lo más mínimo.
Aquellas condiciones no agradaron demasiado a Charlie, como tampoco le habían gustado esos jueguecitos de adivinanzas que tanto parecían divertir a Sigerson. Además, observó que se trataba de un elemento muy disciplinado e insólitamente discreto, pues no se había dignado a compartir los pormenores de la misión con el hombre que habría de ayudarlo a llevarla a cabo: esto, sin duda, convertía a Sigerson en un agente muy valorado por Mycroft Holmes y su club.
Por lo que yo sé, el capitán Marlow no era precisamente un ejemplo a seguir por los hombres de Diógenes, pero lo cierto es que algún mandamás —posiblemente el mismo Mycroft Holmes— debía de tenerlo en gran estima... Todo lo contrario que Charlie, que miraba con algo más que desconfianza las actividades internacionales de Inglaterra, y en privado hablaba verdaderas pestes de la Inteligencia Militar, los servicios secretos, los espías, y de todo el entramado que forma la Corona con Whitehall, el Foreign Office, y hasta el último de los ministerios. No obstante, y por algún extraño sentido del honor, del orgullo, o vaya usted a saber qué, Charles Marlow siempre se mantuvo fiel a Gran Bretaña... o al menos eso juraba y perjuraba él.
Charlie le facilitó a Sigerson un diminuto habitáculo con un camastro dentro de su propio camarote, dejó allí al falso noruego, que ni siquiera arrugó la nariz cuando vio el zulo, y se marchó en busca de su segundo de a bordo.
Encontró a Orcival “Orc” O’Rourke en la sala de máquinas, desgañitándose sobre el fogonero, que estaba borracho como una cuba y tumbado sobre un montón de carbón desparramado. Charlie dio media vuelta, salió de la sala y regresó con sendos cubos llenos de agua. Sin decir una sola palabra, se los arrojó al ebrio fogonero —un belga gordo y barbudo que venía recomendado por no sé qué directivo de la Holanda-Sumatra Company— y le hizo señas a O’Rourke para que lo siguiera a cubierta.
—Baja a tierra a buscar a los hombres —le dijo Marlow—. Tenemos que zarpar lo antes posible. Vamos a cambiar la ruta, y quiero que nos marchemos esta misma noche.
Orc O’Rourke era todo un hombretón, un marino yanqui al que Charlie había conocido años atrás, y que se había ganado su total confianza: Orc conocía el Atlántico y el Pacífico como la palma de su mano, y había salido indemne de media docena de enfrentamientos con piratas cuando viajaba con el célebre Owen Kettle, el capitán sin barco. Dicen que O’Rourke era un verdadero demonio con los puños, y Charlie juraba que si el americano hubiera sido negro y se hubiera dedicado profesionalmente al boxeo, se habría hecho tan famoso como Tom Molineaux, el esclavo negro que le zurró la badana un par de veces a Tom Cribb hace más de cien años... En estos días, ya casi nadie recuerda a Molineaux o a Cribb, claro.
—¿Ha sucedido algo, capitán? —preguntó O’Rourke.
—Tenemos visita —respondió Marlow—. Por cierto, si oyes campanas acerca de un tipo que busca información sobre un inglés o un noruego, házmelo saber.
—De acuerdo —dijo O’Rourke, que no estaba oficialmente al tanto de las verdaderas actividades de Charlie y el Club Diógenes. Aunque algo debía olerse, porque el yanqui no tenía un pelo de tonto—. Nos traemos algo raro entre manos, ¿verdad, capitán?
Marlow dio un respingo y contestó:
—Hasta donde yo sé, se trata de una misión de rescate. Ya veremos si la cosa se complica.
De este modo, Orc O’Rourke cumplió su cometido, registró los bares del puerto de Calcuta en busca de la tripulación del Friesland, y esa misma noche, tal y como había dispuesto el capitán, zarparon en busca del Matilda Briggs.

"CHARLIE MARLOW Y LA RATA GIGANTE DE SUMATRA" (una aventura de Sherlock Holmes): el crowdfunding para apoyar la novela


El célebre autor, Alberto López Aroca, habla sobre su obra...



“Matilda Briggs no es el nombre de una mujer joven, Watson. Es un barco que está relacionado con la rata gigante de Sumatra, un caso para el que el mundo aún no está preparado”.
Sherlock Holmes en “La Aventura del vampiro de Sussex”

Así nos llega la primera noticia sobre el más famoso de los casos no contados del Gran Detective de Baker Street: Ni siquiera el doctor John Watson se atrevió a recogerlo para los lectores de su tiempo.
Ahora, por fin, los amantes de la aventura y los aficionados sherlockianos tendrán la oportunidad de descubrir la verdad que se oculta tras las palabras del más famoso de los investigadores de todos los tiempos, gracias a la primerísima y exclusiva edición de CHARLIE MARLOW Y LA RATA GIGANTE DE SUMATRA, una novela del celebrado Alberto López Aroca, especialista en mitología creativa, pastiches y autor de novelas como Necronomicón Z, Estudio en Esmeralda, Sherlock Holmes y los zombis de Camford o Candy City.



Sinopsis
Durante una reunión improvisada en el Billiard’s Club de Londres (donde como todo el mundo sabe, nadie juega al billar), un grupo de viajeros y aventureros rememoran las andanzas del marino Charles Marlow —más conocido por ser el protagonista de la novela El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, que inspiró la película Apocalypse Now—, y el viaje que el vapor volandero Friesland realizó en 1893 en busca de un barco desaparecido, el Matilda Briggs, no muy lejos de la isla de Sumatra.
Marlow tendrá que llevar a cabo la búsqueda en compañía de un inglés alto, estirado y extremadamente sagaz, que se hace pasar por un explorador noruego llamado Sigerson. La pista que conduce al Matilda Briggs llevará a Marlow y a su patrón (un enviado del Club Diógenes) hasta una siniestra isla en el Índico, envuelta en una misteriosa niebla perpetua, y cuyo perfil recuerda al de un cráneo…
Los sonidos de los aleteos de extrañas y feroces aves antediluvianas y el lejano eco de un estremecedor gong de proporciones ciclópeas no representan una amenaza inmediata, pero no podemos decir lo mismo de la grotesca criatura que se ha escapado del Matilda Briggs, de la tripulación que se ha hecho con un ingenio perteneciente al Gobierno Británico y anda suelta por la isla, ni de un tercer elemento en discordia (un cazador de tigres reconvertido en cazador de hombres) que le sigue la pista al “noruego Sigerson” desde hace dos años, tras la muerte de un profesor de matemáticas llamado James Moriarty…



El autor
Alberto López Aroca (Albacete, 1976) es conocido como autor de novelas policíacas, de misterio, terror y ciencia ficción, y también es un destacado estudioso sherlockiano gracias a las compilaciones de ensayos Cuaderno de Bitácora del Matilda Briggs (2006) y Sherlock Holmes y lo Outré (2007). Entre sus novelas más recientes se encuentran Card Nichols investiga… El misterio de la armadura pródiga (QVE, 2009), Candy City (Ilarión, 2010), Sherlock Holmes y los zombis de Camford (Dolmen, 2011). Estudio en Esmeralda (Ilarión, 2012) y Necronomicón Z (Dolmen, 2012).


El proyecto
La cantidad que pedimos para este proyecto se invertirá en los gastos de imprenta, diseño, maquetación, ilustración, promoción y toda la producción del libro.

Tenemos previsto que el volumen, estéticamente, sea un homenaje a la serie original de la revista Baker Street Journal (la de los años 40), con cubiertas en color mostaza. También tendrá solapas y alguna que otra sorpresa sherlockiana en el interior, y que no desvelaremos aquí.

La ilustración de portada del libro es obra del autor internacional Sergio Bleda (conocido por obras como El Baile del Vampiro, La conjura de cada miércoles o Doll’s Killer, entre otras muchas), y entre los items que pueden encontrarse en las recompensas se encuentra una lámina exclusiva realizada por este autor de cómics para esta edición, así como el original de la lámina.

Entre otros items que podrán conseguir aquellos que apoyen nuestro proyecto, se encuentra un relato exclusivo y en edición limitada, numerado y firmado por el autor, que lleva por título “La rata gigante de Sumatra en el Oeste”, así como la posibilidad de recibir en su domicilio una carta exclusiva de Sherlock Holmes enviada desde el 221b de Baker Street, en Londres.

y si ya sabes cómo